sábado, 18 de julio de 2009

quiere que las palabras lo envuelvan,
quiere que lo eleven y lo hagan hablar,
quiere que una palabra sin nombre y sin dueño
se apropie de él,
quiere volvernos a decir lo que no ha dicho,
y se queda en silencio,
erotizando las palabras que no van a llegar.


el orden del discurso
él dice que por su cuerpo pone en juego sus propios signos,
su propio idioma,
ella dice que en esos versos no está desnudo
y que, entonces, no valen nada.


el discurso no es nada más que un juego, de escritura en el primer caso, de lectura en el segundo, de intercambio en el tercero; y ese intercambio, esa lectura, esa escritura no ponen nunca nada más en juego que los signos

homenaje cotidiano a la nada

el silencio queda traspapelado
entre nuestros cuerpos huérfanos,
decide, así,
arbitrariamente,
nuestras distancias,
nuestras cercanías,
nuestros roces,
nuestros golpes,
(...)

-esas cosas, acaso, son el poema-

un cuerpo,
ahí,
parado en la esquina,
diciendo mucho sobre el mundo...

mucho más que cualquier poema
esta ceremonia que despapelo de mis ojos,
estos gritos sordos que se arrodillan,
esta luz que tiembla, en silencio, en cuclillas,
que reza por nosotros,
estos poemas que se quedan pegados en la vereda,
en la calle, en la baranda del colectivo,
estas palabras que se reciclan
para decir por primera vez lo que ha sido dicho mil veces,
estos ojos que se compaginan, que se imaginan,
que se untan al asfalto y se pierden
estos pies que se desentienden
y que golpean violentamente el reloj del cemento,
estas bufandas que se acorbatan,
estas corbatas que se abufandan,
estas manos que se esconden,
este frío que se queda en silencio
y este silencio bípedo
que lo quiere ver todo.