Imaginaba casi ridiculamente en sus tiempos libres que dios tambien era un pobre diablo empleado de una agencia de seguros que detestaba, preso de un horario que nunca habia entendido y de un jefe del que jamas habia recibido más que quejas. Imaginaba a dios sentado en su diminuto cubiculo ordenando papeles, atendiendo clientes rídiculos, escribiendo tonterias: desgastando la palabra en asuntos asquerosamente funcionales, como los llamaba. Lo figuraba recibiendo las reiteradas protestas de su jefe y asumiendo falsamente que sí, que no podia seguir perdiendo el tiempo en tonterias o se iria a perderlo a otro lado. Lo concebia solitario en sus tiempos libres observando a través de la ventana a los hombres caminando por la ciudad, perdidos pero eternamente apurados. Entonces, imaginaba que cerraba, tan solo por un momento, sus ojos y concebia el universo. Imaginaba los enormes continentes y las minusculas tazas de té, los niños jugando en los parques, los amantes en las calles de otro mundo, besandose alegres, los protones y electrones, imaginaba todo detalladamente con una precisión casi microscopica: podia ver sin dificultad los inmensos campos, las pequeñas casas de chapa y hasta los rídiculos empleados de la ciudad, eternamente aburridos de sus rutinarias tareas. En aquel momento, abria los ojos, se juzgaba soberbio y volvia casi avergonzado a sus tareas antes de recibir más quejas.
jueves, 11 de octubre de 2007
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